miércoles, mayo 18, 2005

Sobrepóngase, abroquélese

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I. Hoy voy a hablar sumariamente sobre ciertas llamativas discrepancias de registros. Me referiré específicamente a las diferencias groseras que pueden existir entre lo que se escucha y lo que se ve.
Hasta hace muy poco la música clásica era prácticamente territorio de hombres blancos. Por ejemplo, era muy raro que las orquestas contrataran violinistas mujeres. En las audiciones, los hombres siempre parecían tocar mucho mejor, en muchos sentidos. Pero llegó un momento en que se puso en práctica un sistema de audiciones en donde no se podia ver, ni siquiera saber quien era el que estaba probándose. Los resultados fueron totalmente distintos. Midiendo sólo lo que se escuchaba [prácticamente lo único relevante en una audición de música]¡las mujeres ganaban!
Llegaron las reflexiones a posteriori: "Claro hay gente que parece sonar mejor que lo que efectivamente suena". "A otros se los ve espantosos, pero sin embargo suenan espectacular" Uno hace juicios basándose en cosas extrañas. "¿Y este tarado quién es? Mirá como lleva el violín" [luego resulta ser un gran maestro]

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II. Cómo hacerse una túnica de Jedi


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III. Autos que asustan: Citroen Penthouse

III. Una huevera al día, es un blog que sólo habla sobre hueveras [¡Dios es grande!]


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IV. Asciendo, por una escalera ruinosa, clausurada en 1929. Si me preguntan de que está hecha diría que de desecho de ballena del Atlántico Sur, pero estaría siendo generoso. Me dirijo malamente al piso más alto, donde se aloja un tal Katzenstein, para retirar un pago en krugerrand por unos servicios inmencionables que presté.

Atiende su mucama que recuerda a una muñeca vudú recien desenterrada.

- "¿Katzenstein??? Hmm...no creo que pueda atenderlo, está MUY ocupado"-

Me hace pasar de todos modos, haciendo un movimiento inquisitivo con su ametralladora de la guerra de Angola. Si la escalera era obsoleta, el cuarto de espera parece del "año antes de Cristo". Luego de una espera que dura entre 40 minutos y 40 días [mi reloj sumergible sucumbió tras una imperceptible garúa] aparece en escena Katzenstein con dudosa capa mascando el puro reglamentario de los hombres poderosos. Pero, hay un detalle significativo: ¡Katzenstein es un gato!

- "¿A usted le sorprende que un gato hable, verdad, Bob?" - me interpela ahora Katzenstein enarcando las cejas con gravedad.

No tuve, a decir verdad, una respuesta a mano coherente para esto. Luego Katzenstein se irguió, como preparándose para pronunciar una frase helada, cortante y "aplastante"; sin embargo en lugar de ella brotó de sus labios una especie de rezongo perruno...¡el chillido agudo y gimiente de un can al que se le aplica un puntapié!

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