viernes, agosto 20, 2004

Así es, mis queridas baboochkas, estoy viejito y repito siempre la misma historia

Brian Sweenie Fitzgerald, Fitzcarraldo para los indios, en la piel de Klaus Kinsky, papel sabiamente rechazado por Mick Jagger, tiene una obsesión: construir una opera en medio de la selva amazónica [¡Año 1900!]. La consagración de su sueño: que el Gran Caruso cante en la premiere.


El Gran Caruso. No era tan bueno; no llegaba al Do de pecho.

El barco de Fitzcarraldo deambula por riachos amazónicos entre nubes de mosquitos y los dardos envenados de indios reducidores de cabezas, escasamente amistosos. La tripulación muere, enloquece, huye. Día 29, Fitzcarraldo olfatea el silencio que preanuncia un ataque masivo de los indios Campa. Efectivamente, lo que sigue es una lluvia de dardos y lanzas; la situación es crítica. Pero en el caos más absoluto Fitzcarraldo tiene una "gran" idea:

- ¡Caguso! ¡Caguso! -

Sube a la terraza del barco, coloca un disco de Caruso y sube el volumen a todo trance para beneficio de los primitivos y el inframundo selvático. El truco funciona, los indios quedan mesmerizados con la voz del tenor italiano, a tal punto que pasan a ser la nueva tripulación a órdenes de Fitzcarraldo.



En el set de filmación real, las cosas no van mucho mejor. Klaus Kinsky es ingobernable, al extremo que un jefe indio se ofrece para matarlo. "Por momentos hubiera querido que lo asesinaran de verdad", dice Herzog, el director. Ocurren todo tipo de percances grotescos. En medio de una escena temeraria, Herzog se corta la mano gravemente; le efectúan una operación primitiva sin anestesia. Para calmarle el dolor una de las dos prostitutas del lugar recurre a un método extraordinario: le apretuja violentamente la cabeza con las tetas.

Analizando mapas plagados de errores en alto estado febril, Fitzcarraldo nota que para llegar a donde él quiere debe dar un rodeo excesivo en torno a una molesta montaña. Allí le sobreviene otra "gran" idea: decide trepar esa montaña con el barco mismo con la ayuda de poleas y una gran cantidad de indios descartables. En una escena sin el menor efecto especial, el barco sube torpemente unos 200 metros y cae diezmando a ese ejército de improvisados. Finalmente, logran aparatosamente cruzar la montaña con el barco semidestruído, símbolo del triunfo humano sobre los obstáculos, con generosa ayuda del Dios de lo Estrambótico.

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