Apuntes sobre minería: escarbando el frío corazón de piedra de la mujer
Dondequiera que uno vaya, los ligustros se agitan. Cabizbajas, las concursantes a Miss Argentina que no recibieron premio ni coronitas se escurren por una puerta angosta. Si un gran goleador como Palermo o Gerd Müller tiene una buena tarde, a la noche -frente al velador- creemos que la lluvia de goles sobrevive. Ahora bien, si una mujer es la que obtiene un triunfo excesivo -como ganar un concurso de modelos o marcar un punto intimidante de rating con su novela-, uno espera más bien que al marido, esa noche, le toque dormir a un costado de la cucha del perro, envuelto en arpillera.
El hombre puede ser rastrero, la mujer suele trepar.
El dromedario se prepara para la escasez y se come un melón rosado. Allá viene una turista asqueada acariciando una tirita de aspirinas. Exige un paseo por Jufu. Su sarong flamea ante una abrasadora mirada del sol.
- Sos un calidoscopio [del gr. bella imagen observar] pero no tengo ganas de llevarte- dice el dromedario.
El nudo gordiano de esta actitud del dromedario es que está vengando en esta turista todo los infortunios que tuvo con otras turistas.
- Vos querés que yo te pasee, que te muestre un poco todo esto. Pero yo no soy un paseador de perras - agrega el dromedario enfermamente.
La turista -con loca carcajada- toca todos los botones del celular y pide otro camello.
- Pero que no me hable en términos filosóficos ni me haga reproches, ¡si vous plait!- chilla.
Al rato aparece el segundo camello con un peinadito canallesco pero en principio mejor predispuesto. ¡Pamplinas!, resulta ser otro camello parlanchín. Su primera línea para la dama es:
- Ah, no me piacen las piernas plastificadas-
El fantasma de un ciclo REM.
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