lunes, agosto 30, 2004

Friéndome los nervios con aceite berreta

La gente no piensa, recuerda. No analiza argumentos, repite bloques de pensamiento que adoptaron de algún lado estrambótico. Repensar las cosas -con alguna frecuencia aceptable- agota bastante y nunca se pone de moda.

En líneas generales uno tiene un punto de vista que prefiere sostener a rajatabla antes que admitir: "Bueno, sí, esto estaba todo mal". La gente impone sus teoremas del año cero con una falta de autocrítica excesiva. Ésto se da incluso en los más altos círculos científicos: al fin y al cabo, entre "verdad" e "imponerse" uno suele "imponerse".

Nunca he tenido paciencia para una sesión de diputados, para una asamblea barrial. En el mejor de los casos tratamos con pulseadas retóricas -de poco nivel cuando no nubes de pedos estrictas-; nadie analiza en serio ni lo suyo ni lo del otro. Entonces me dejo llevar por intuiciones, como las mujeres.


- "La felicidad es estirar al mango las posibilidades de uno" dijo el vendedor de pararrayos mientras colgaba el aparatico en el techín de zinc.
-"La felicidad de una medalla de bronce dura 1 semana y media. Luego irás por un metal más noble", continuó su arenga provocatif.
- "OK pero yo conozco una persona que es feliz con los redondelitos que deja la agujereadora de papel"- dijo la señora mirando el atardecer que inspiraba a los malos poetas.
En eso empezó un fuerte chaparrón de tomates podridos para salsa ¡y el pararrayos se las vió feas!

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