martes, agosto 24, 2004

En las mazmorras de Fernando Poo [Isla Bioko]

Fuimos deportados a la Isla Fernando Poo que también debiera recordar como Isla Vergüenza, Isla Ignominia, Isla Puta.

No estaba vacío el calabozo Nº 58: ya había diez y seis desgraciados centroafricanos y una tinaja, alojados en una especie de nicho mortuorio. Si, lo habéis adivinado: esa tinaja iba a ser nuestra cocina, lavabo y servicio en los años subsiguientes. Ya la semana empezamos a experimentar los morbosos efectos de la humedad, más la experiencia nos enseñó que la más mínima queja producía el efecto contrario.

Casi siempre nos daban de comer un bolo negro informe, elástico y difícilmente masticable que -en el mejor de los casos- navegaba en una salsa donde predominaban las moscas.

Pese a que no había nada en que ocuparse, vivíamos sin tranquilidad alguna. Además de las bayonetas de los guardias, la violencia en cada milímetro, los toques de corneta injustificados, era lo normal que vinieran grupos de voluntarios a hostigarnos desde la calle con sus voces aguardentosas. Parece que los vacilantes pasos y los descompuestos manoteos de esos fantoches vinosos era la única diversión habilitada en el pueblo. Por la noche reinaban los mosquitos coracíes capaces de asesinar a una vaca.

Así contábamos las horas, esperando la muerte con la que siempre se nos amenazaba. Hasta que empecé a soñar con la Nieva de Fernando Poo, un animalito bienhechor con aspecto de koala que habita los cerros del valle de Moka. Me dio unas extrañas lecciones de vuelo y empecé a tomar aerials, que me extasiaron violentamente. Nunca más volví a pisar la tierra.



Como muchas otras islas tropicales que han sabido ser tenebrosas cárceles de ultramar, actualmente Bioko es un encanto de negros hediondos, pirámides de bananas y pájaros que a la noche reflejan la luz de la luna. Acercarse al valle de Moka semeja por momentos al buceo dentro de un mar verde. En su centro. una fuente de agua hirviente deja escapar vapores de óxido de carbono que matan a los incautos pájaros que se acercan, al ritmo del tantán bupí.

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