viernes, junio 11, 2004

Cuando me case con esta moza la pondré bajo llave

K. era una profesora circunstancial de francés, mujer de la variedad maligna [dejo la puerta abierta a que existan otras especies], con la que duré unos turbulentos meses, en los que tuvo el tiempo necesario como para "adornarme la frente" a diestra y siniestra. Mis cuernos, rivalizaron en un punto, con los del alce de Alaska.

K. era rápida, en el sentido amplio del término. Yo permanente pescaba irregularidades picaronas y malvadas en su discurso malandrín: "Este año me tocaron buenos alumnos", "La puntita sólo, no es infidelidad", "Coger no cogemos, y vos tres castillos no tenés", etc.

Pese a que era -no se me ocurre mejor término que "putona"-, parecíamos espías de bandos enemigos en la guerra fría, si había que encontrarse. Sobraban las intrigas y los quilombos escandalosos. De yapa, tenía un perro matrero, cicatrizado de tarascones, al que yo no le caía bien. Y cómo K. me obligaba a descalzarme para entrar a su casa, mis zapatos terminaban revoleados en el jardín o mordidos, cuando no cagados.

En passant , habilito un axioma, que podría patentar: "O se es celoso o se es envidioso, las dos cosas no se puede". En lo que a mi respecta, creo que soy incapaz de sentir celos significativos; como envidioso soy algo más competente.

De todas maneras me interesaba ver si podía ponerla en caja y ver hasta donde era capaz K. de llegar con su macaneo profesional. Tampoco me hacía mucha gracia -por ejemplo- que me hiciera comprarle una ropa interior pipí-cucú, para que luego las estrene con otro salame.

Por izquierda, obtuve la necesaria password de su mail de yahoo. Allí me enteré que yo no picaba en la pole-position [de una carrera concurrida] y algo como para ponerse a llorar: ¡K. también tenía la password de mi correo! Pero de ese punto empecé a correr con ventaja por que K. no sabía que yo sabía que ella sabía.

Urdí un plan con riesgos [mal] calculados. Me inventé una linda amante que me mandaba mails, inclusive fotos fraguadas; affaire que K. -la única mujer que en verdad tenía- empezó a devorar desde mi correo. ¡Qué alienación! Pero con la introducción de esta tercera imaginaria en el cuadro, K. empezó a mostrarse mucho más complaciente. Y ganamos frecuencia y frenesí, en todos los sentidos. Diría que hasta el perro parecía tratarme con más deferencia.

Por suerte se fue a Francia, y retorné alla dolce normalidad. No me acuerdo que teoría dice que una relación de dos, es siempre de cuatro. Admito que no fue el método más ortodoxo para salpimentar el asunto, pero como dijera el pragmático Hsiao Ping cuando le abrió las puertas al capitalimo en China: lo importante de un gato no es el color, sino que coma ratones.


Pero para Mischino lo importante es lustrar la pista de baile. Aquí se luce junto a Vilita, en gran estilo.

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