martes, septiembre 04, 2012

YO SALÍ CON UNA ESPÍA RUSA
Un rasgo muy valorado en la mujer: que tenga pereza para hablar. El paraíso que vengo persiguiendo en vano. Me llegan mensajes en un telégrafo de cocos... el horror ante un vaso de limonada. Nadaba como un delfín y cascaba cocos.

Su boca plegada formando un pucherito delataba que era poseedora de un grave secreto: le resultó demasiado costoso guardarlo y lo dijo todo: su perrita se había casado con un tigre.

En las profundidades del mar se juntan los huesos de los ahogados y la poderosa Moby  Dick no va repetir ciegamente palabras usados. Borrachera, robo, incesto, tortura, parricidio y asesinato en masa. 
—“Sacerdotessa woodu mambo” no me disgustaba... tuve que enfrentar una vez a un pelotón de zombies en las Antillas... tu sabes, los muertos son difíciles de matar de nuevo… lo más seguro es cortarles el cerebro con un machete... y no con un destornillador oxidado

—¿De qué manera se la garchan? No, no, pero no lo pregunto para que me lo digas.
 Es un texto imprudente. Chow era un macaneador profesional que bebía agua de un charco.  
—En la época del ébola, era común que llevara algo para vender a una aldea, y regresar al mes siguiente sólo para encontrarme con todo el pueblo ya muerto.
 Una vez amaneció cubierto en moco luminoso contemplando los últimos dígitos de pi. Intentó memorizarlos aprovechando cierta aquiescencia del número, sinuoso y prevaricador. El número lucía como algo viviente. 

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